Hoy quiero reflexionar sobre el Amor.

Durante la semana Dios me suele ir dejando, día a día, pequeñas joyas que me hacen reflexionar. Muchas veces esta reflexión culmina al escuchar la lectura de domingo, esta semana no ha sido menos. “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser (con toda tu mente) y al prójimo como a ti mismo.”

Uno de las joyas que me dejó fue este artículo de Aleteia, ¿porqué los amores humanos nunca me saciarán?.

El amor humano, por ser de hombre, nunca alcanzará la perfección del Amor Divino. Pero al mismo tiempo, si no existiera el amor humano, la capacidad de darse al hermano, la satisfacción de saberse útil en la vida de otro ser, el Amor de Dios se habría quedado cojo, tampoco sería perfecto.

Cuando hablamos de amor, el amor de pareja, de familia, entre amigos, no es más que un reflejo del Amor Eterno de Dios. Se refleja en las aguas del tu alma, y cuanto más claras y más en calma estén, ese reflejo será más fiel. Demasiado tiempo he centrado mis fuerzas en entender el amor humano, aspirando a encontrar la perfección en él, por supuesto siempre como ese reflejo del Amor de Dios, y frustrándome por mi incapacidad de entregarlo intachablemente. Pero, en medio de esta locura de mundo en que vivimos ¿quién tiene sus aguas totalmente en calma? ¿Puedo soñar con encontrar alguien así? ¿Puedo prometerle yo a alguien esa pulcritud en mi entrega?

Esta semana, el Padre me he hecho ver que precisamente, la gracia, se encuentra en la imperfección de nuestra capacidad de amar. Esta imperfección hace que sólo podamos alcanzar la plenitud si nos sumergimos en el Amor de Cristo y confiamos plenamente en su quehacer, si le amamos a Él sobre todas las cosas. Sólo podemos dar amor humano decentemente, al prójimo, si somos capaces de impregnarnos y rebosar del Amor de Dios.

As usual, ¿quien ha sido nuestra mejor maestra en este entregarse sin condiciones, en este impregnarse del Amor De Dios? Efectivamente, Maria, Madre De Dios y Madre de todos los hombres. Santa Madre, ruega por todos nosotros para que sepamos abrir nuestro Corazón a Dios y así transmitir su amor a los demás.

Tras esta reflexión sobre el Amor, mi mayor deseo es decirte que quiero amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser (con toda mi mente), a sabiendas que la única forma de aproximarme a ello es Amando a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser (con toda mi mente).

 

Una declaración.

 

Querido Amigo en Cristo,

 

Tú sabes quién eres y porqué te escribo.

A lo mejor todavía no lo has entendido, al menos espero que puedas intuirlo.

Incluso puede que, mientras escribo, erre pensando en el destinatario definitivo,

Pero espero que algún día esto llegue a tus oídos.

 

Como en todo corazón humano, seducido por el amor divino,

en el mío no puede destacarse ningún lugar para ti exclusivo.

Todo él está impregnado por el eterno Amor del altísimo,

anhelo que no te importe tener mi corazón con Dios compartido.

 

Muchos me preguntan: ¿Por qué no te dedicas en exclusiva a servir a Cristo?

Y yo siempre respondo: porque mi corazón, para tan elevada tarea, no está listo.

Siento que para poder dar el servicio que de él es requerido,

necesita un apoyo terrenal pero a la vez divino.

 

Qué mezcla tan extraña! pensarás, terrenal y divino.

Pero no, no es tan raro, es algo que a todos nos ha sido concedido.

Nos lo ha dado el Padre creador, con su infinita misericordia y glorioso altruismo.

Nos lo ha dado el Hijo salvador, cuando vino a este mundo, junto a nosotros, a vivirlo.

El amor humano, que nace del conocimiento del amor divino,

ése es el apoyo que mi corazón necesita para estar completo y listo.

 

No temas, mi corazón no aspira a llenarse de amores humanos,

imperfectos, errantes e indecisos.

No aspira a más amor que al Amor infinito del Dios Vivo,

Rebosarlo y saborearlo, disfrutarlo y sufrirlo.

Pero si mi corazón tiene un vacío, que sólo anhela llenarse de Cristo,

en medio, hay una isla, que sólo dará fruto si comparte ese Amor contigo.

 

Y así espero que entiendas,

que la única manera de que mi corazón rebose el Amor infinito,

la única manera de que todo él siga los dictados del Altísimo,

Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo,

la única manera de que esté por completo lleno del Amor Divino,

es cultivando, con tu amor humano, la parcela que Dios, en mi corazón, para ti ha cedido.

 

Siendo yo feliz por tener mi corazón rebosante del fruto del Amor de Cristo,

prometo hacerte el hombre más feliz que sobre la tierra haya existido.

Ábreme la isla que tienes en tu corazón, vacío anhelante de Amor Divino,

que Dios para mí la pensó y la hizo.

Cultivaré en ella, con imperfecto amor humano, fruto que devenga en amor infinito.

Juntos cosecharemos Amor eterno y cumpliremos la misión para la que Dios nos ha requerido.